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sábado, 11 de septiembre de 2010

LA CRUZ DE MARÍA

Por: Luisa Fernanda Saldarriaga.

luisafsalda93@hotmail.com

María es una madre cabeza de familia desplazada por el conflicto armado, que al no encontrar un lugar en la ciudad se asentó en el sector La Cruz y debe rebuscarse a diario la manera de enfrentarse a la pobreza y la adversidad.

Las viviendas de La Cruz dan cuenta de la situación precaria del sector. Fotografía: John Jairo Hernández

María llegó a Medellín hace 10 años y no llegó sola: traía con ella 8 hijos, el dolor de una traición en el corazón y las huellas de una guerra cruel en su memoria. La recibió una ciudad indiferente, en la que es un número más y no una historia. Pero fue la historia la que a mi me conmovió, quizá por la sonrisa de su protagonista al contarla, una sonrisa que como muchas aquella tarde, ocultaban una gran tristeza.

Los sectores la Honda- La Cruz están en la comuna 3 de la Zona Nororiental de la ciudad. Por su ubicación geográfica es considerada una zona de alto riesgo que no es apta para la residencia, sin embargo, viven allí alrededor de 6.200 personas.

El sector, al igual que los rostros que lo habitan, está maltratado por la pobreza. Pues es un asentamiento conformado, en su mayoría, por personas desplazadas por la violencia que vienen de Urabá, del Suroeste antioqueño y de otras zonas periféricas de la ciudad. Muchas de ellas son madres cabeza de familia, como María, que ha tenido que asumir sola la responsabilidad de sus hijos.

Me di cuenta de esta realidad de pobreza y desplazamiento cuando llegamos el último sábado de febrero, al medio día. En el colegio Luz de Oriente cientos de hombres, mujeres y niños esperaban ansiosos a un grupo de organizaciones que llevaban, no solo donaciones materiales, sino también un momento de alegría, de apoyo y esperanza, una señal de que la comunidad y sus condiciones eran tenidas en cuenta.

En este evento tuve la posibilidad, no solo de observar la situación evidente del lugar y sus habitantes, pude también ir más allá de lo visible y oír los relatos de una mujer a la que la alegría de ser escuchada parecía disminuirle el peso que cargaba a su espalda.

Luego de que su compañero “la dejara por otra”, María tuvo que partir de Altamira, un corregimiento del municipio de Betulia, en el departamento de Antioquia. Ese día, recibió una visita diferente a las que recibía constantemente. Se trataba de un grupo armado ilegal sin identificación. Esta vez no tuvo que cocinarles sus propias gallinas, ni desocuparles una habitación para que se acomodaran. Tampoco tuvo que explicarles que no era cómplice del bando enemigo. La visita, en este caso, era para decirles que tenían 3 horas para empacar sus pertenencias y desalojar el terreno. Tal vez la sensibilidad de los violentos no alcanza para entender que tres horas no son suficientes para recoger el trabajo y los recuerdos de toda una vida.

Se fue de Altamira huyendo del miedo y arribó a una ciudad para la que no estaba preparada. El único espacio que había para ella y sus hijos eran las calles y las esquinas, que fueron su cama durante dos meses. Descubrió, entonces, que había un lugar periférico en el que se habían asentado muchas familias en sus mismas circunstancias, aunque oficialmente no estuviera asignado para ellas. Separó su lote en La Cruz y construyó su casa con unas tablas que le dejó una vecina que ya se iba del sector.

Con el tiempo, sus hijos aumentaron a 10, sin embargo, lograba darles sustento trabajando como empleada interna en casas de familia. A pesar de los malos tratos, éste era el trabajo mejor remunerado, pero tuvo que dejarlo cuando su madre, que cuidaba sus hijos, murió. Estuvo también haciendo los " recorridos", con cientos de mujeres del sector que bajan a la ciudad a pedir el mercado que sobra en las plazas y graneros. María, como muchas, no soportó la humillación a la que tienen que someterse, para que les regalen "sobrados" y recurrió al oficio del reciclaje.

Además de las condiciones propias de un desplazado en la ciudad, María tiene que luchar también con las de su salud. Una úlcera gástrica le dificulta cada vez más el trabajo y aunque se la descubrieron hace tiempo, el Sisbén no ha aceptado hacerle el tratamiento correspondiente. Tiene que buscar, entonces, alternativas naturistas para aliviar su dolor, poder trabajar y darle educación, por lo menos, a sus dos hijos menores. Los demás tuvieron que dejar los cuadernos y contribuir económicamente a su hogar.

A pesar de la adversidad, la protagonista de esta historia prefiere la "tranquilidad" que le da la ciudad, aunque en el campo tenga mejor calidad de vida. En su pueblo natal no les faltaba la comida, pero ésta se amargaba con la crueldad del conflicto armado. En Medellín, en cambio, el hambre los visita cada semana, pero la violencia no toca su puerta todos los días.

Ella afirma que sólo una vez ha querido devolverse. Cuenta que “hace más ó menos 7 años llegó la Policía y se llevó a muchos muchachos y muchachas que porque en este barrio todos eran guerrilleros”. Entre los detenidos iban tres hijas suyas, dos de ellas menores de edad. La incertidumbre se apoderó de María hasta el día siguiente, cuando la llamaron para que recogiera a sus hijas menores a una Estación de Policía. A la otra, que recién cumplía su mayoría de edad, la trasladaron a la cárcel de mujeres, donde se quedó tres años mientras su madre conseguía un abogado que defendiera su inocencia.

María al contar estas anécdotas sonreía sin parar, así como muchas otras mujeres y niños disfrutaban del evento. Es tal vez una muestra contundente de que la capacidad de superación ante la adversidad intenta abrirse un espacio no solo en los sectores La Honda- La Cruz, también en el resto de la ciudad y del país. Quizá una muestra de que cada una de estas personas es más fuerte que la pobreza, el dolor y el miedo, que se escurren hasta en los rincones más remotos de Colombia.

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