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lunes, 22 de septiembre de 2008

ANALISIS LITERARIO

ROMANTICISMO EN FRANCIA

El Romanticismo es una corriente artística de Europa occidental que se inició a lo largo del
siglo XVIII en Gran Bretaña y en Alemania, extendiéndose hasta Francia, Italia y España en el siglo XIX. En Francia, se desarrolló durante la Restauración, como reacción contra las normas del Clasicismo y el Racionalismo filosófico de los siglos anteriores.
El Romanticismo en Francia representó un movimiento de reacción contrario a la literatura nacional. Las literaturas inglesa y alemana no se habían sometido más que momentáneamente a la disciplina del clasicismo, predominante en este siglo; y aquello que conocemos como romanticismo británico (outre-Manche) y alemán (outre-Rhin) influenció en gran medida a la literatura francesa. En Francia, país de tradición grecolatina, la literatura continuó siendo clásica hasta mucho después del
Renacimiento, y llamamos "románticos" a los escritores que a principios del Siglo XIX decidieron liberarse de las reglas de pensamiento, composición y estilo establecidas por los autores clásicos.


La revolución literaria que se había preparado en el S. XVIII, anunciada por
Chateaubriand y Mme. de Staël, estuvo en incubación todavía bastante tiempo. El libro de Mme. De Staël, en particular, permaneció durante varios años sepultado por la policía imperial y durante la época del Imperio, la literatura fue oficial, como todas las manifestaciones de opinión. La poesía clásica se empleó como propaganda y protección del imperio, y la ortodoxia, en medida de la fidelidad del buen ciudadano.
Pero la generación de
1815, ya tras la caída de Napoleón, estuvo menos dispuesta a someterse a las normas sociales y más prontas en hacer del «yo» la medida del universo. Es por este «yo» atormentado y orgulloso por quien los artistas iban a expresarse, abandonando finalmente las formas que les habían sido legadas. Desde entonces, un nuevo período iba a comenzar en la historia de las letras.



Rousseau (
1712 - 1778).Hijo de un calvinista de Ginebra, Rousseau afirma en su discurso Sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (1775) que la civilización ha corrompido al hombre, y es labor de la educación el devolverlo a su estado primitivo. En su novela Emilio, o De la educación (1762), de carácter pedagógico y sentimental, expone cómo debe educarse al hombre en ese ideal de sencillez. Otras de sus obras son Julia, o La nueva Eloísa (1760), sus Confesiones y sus Ensoñaciones del paseante solitario (1782), las dos últimas especialmente tuvieron gran influencia en los escritores románticos.
Sacudió y meció tanto el antiguo mundo que parece haberlo matado sin cesar de acariciarlo. Probó que era absurdo y que estaba embriagado por teorías, por sueños, por declamaciones seductoras y por frases que no eran más que estrofas. Este escritor que era músico, este filósofo que era poeta, este mago, era sobre todo un hechicero cuyas ideas tenían sobre los hombres la fuerza que tienen comúnmente las pasiones, porque todas ellas eran, en efecto, mezclas de sentimiento y de ardiente y fogosa pasión. Las ideas de Rousseau eran ideas sensuales.














Chateaubriand (1768-1848) dejó obras como Atala (1801), El genio del cristianismo (1802), René (1802), Los nátchez, Los mártires (1809) o la traducción de El paraíso perdido de Milton.

Si algo aporta Chateaubriand a la literatura francesa es exotismo; invita a
América en Los nátchez, en el Itinerario de París a Jerusalén (Itinéraire de Paris à Jérusalem) a (Oriente), en Los mártires (les Martyrs) al mundo antiguo, celta y a la Germania primitiva. Empapa la poesía de lugares y tiempos remotos y la exprime, introduciendo un arte cosmopolita en lugar de un arte exclusivamente nacional. Invita también, en Atala y en René, a sacar de los pozos profundos del corazón la verdadera emoción, la melancolía, porque «ir hasta el fondo de todo es ir hasta la pena», como dirá Mme. de Staël. Por sus lecciones y por las teorías expuestas en El genio del Cristianismo, se abría la puerta a algo que puede resumirse así: a pesar de genios excelentes y de admirables obras, los viejos escritores se equivocaron sobre el arte literario durante cerca de trescientos años. Creyeron que la literatura debía ser impersonal y que el autor no debía aparecer en su obra. Hicieron grandes cosas, pero hubieran sido mucho más grandes sin esta discreción singular que quita a la obra de arte la mitad de lo que hace falta.
Su popularidad fue prodigiosa; no enseguida, porque a decir verdad, la influencia de Chateaubriand es sensible sólo hacia
1820, pero fue prolongada y tuvo consecuencias inmensas.








Senancour fue uno de los primeros discípulos de Rousseau. Para evitar una profesión para la cual no tenía vocación, escapó a Suiza en en 1789, por lo que, una vez dio comienzo la revolución, se le incluyó en la lista de «emigrados», impidiéndole el retorno. Obermann, la novela epistolar por la que es más recordado se publicó en 1804. En esta novela, el autor quiso retratarse a sí mismo, mostrándonos los escritos íntimos de un héroe desgraciado, devorado por el aburrimiento, y las dudas e inquietudes. La obra no tuvo éxito cuando se publicó, pero una vez lo obtuvo el «mal de Obermann» se trasformó en el mal del siglo.




Madame de Staël, retrato por Gérard. (Museo de
Versalles)
Artículo principal:
Madame de Staël
Más inmediata y decisiva fue la influencia de Madame de Staël (1766-1817) en la renovación literaria.
Forzada a consecuencia de la hostilidad de
Napoléon a vivir fuera de Francia, pasó una larga temporada en Alemania, donde un arte nuevo le fue revelado, por el cual se entusiasmó. Pero para acoger este nuevo arte, Francia necesitaba experimentar una renovación literaria.









En
España la ideología romántica tuvo precedentes en los afrancesados ilustrados españoles, como se aprecia en las Noches lúgubres de José de Cadalso o en los poetas prerrománticos (Nicasio Álvarez Cienfuegos, Manuel José Quintana...), que reflejan una nueva ideología presente ya en figuras disidentes del exilio, como José María Blanco White. Pero el lenguaje romántico propiamente dicho tardó en ser asimilado, debido a la reacción emprendida por Fernando VII tras la Guerra de la Independencia, que impermeabilizó en buena medida la asunción del ideario romántico.
A pesar de ello, ya en la segunda década del siglo XIX, el diplomático
Juan Nicolás Böhl de Faber publicó en Cádiz una serie de artículos entre 1818 y 1819 en el Diario Mercantil a favor del teatro de Calderón de la Barca contra la postura neoclásica que lo rechazaba, que suscitó un debate en torno a los nuevos postulados románticos. Más tarde, en el periódico barcelonés El Europeo (1823-1824), Bonaventura Carles Aribau y Ramón López Soler defendieron el Romanticismo moderado y tradicionalista del modelo de Böhl, negando decididamente las posturas neoclásicas. En sus páginas se hace por primera vez una exposición de la ideología romántica a través de un artículo de Luigi Monteggia titulado Romanticismo.

Algunos escritores liberales españoles, emigrados por vicisitudes políticas, entraron en contacto con el Romanticismo europeo, y trajeron ese lenguaje a la muerte del rey Fernando VII en 1833. La poesía del romántico exaltado está representada por la obra de José de Espronceda y la prosa, por la figura decisiva de Mariano José de Larra. Un romanticismo moderado encarnan José Zorrilla, poeta y dramaturgo, autor del Don Juan Tenorio; y el Duque de Rivas, que, sin embargo, escribió la obra teatral que mejor representa los temas y formas del romanticismo exaltado: Don Álvaro o la fuerza del sino.
Un Romanticismo tardío, más íntimo y poco inclinado por temas político-sociales, es el que aparece en la segunda mitad del siglo XIX, con la obra de
Gustavo Adolfo Bécquer, la gallega Rosalía de Castro, Alan Hardy y Augusto Ferrán, que experimentaron el influjo directo con la lírica germánica de Heinrich Heine y del folclore popular español, recopilado en cantares, soleás y otros moldes líricos, que se publicó en esta época.
Sin embargo, hay quienes sostienen que el Romanticismo poético en español tuvo manifestaciones pobres, y que obras más acordes con está sensibilidad se encuentran en las crónicas histórico-ficticias (Tradiciones) del peruano Ricardo Palma. Otros nombres a destacar son el cubano
José María de Heredia.


Aldemar Ramirez 10º C.C.F

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